Los descendientes de Hilario Hernández Martínez



Una historia de raíces y legado en Tajahuerce

En el corazón de la provincia de Soria, se encuentra el pequeño pueblo de Tajahuerce, conocido en la comarca por un apodo peculiar: "los caciques". Y no es casualidad. Uno de los personajes que dio origen a esta fama fue Hilario Hernández Martínez, nacido a mediados del siglo XIX. Su historia —y la de sus descendientes— es un testimonio de trabajo, fortaleza y evolución familiar a lo largo de generaciones.


Hilario Hernández Martínez, el patriarca

Hilario nació y vivió en Tajahuerce, donde llegó a consolidar un notable patrimonio. Gran parte del suelo urbano del pueblo pertenecía a su familia: casas, corrales, terrenos… una especie de “quesito” formado desde la plaza del frontón hasta la calle Mayor y la calle de la Fuente, con sus correspondientes prados.

Entre 1890 y 1900 ejerció como juez municipal, y su influencia se extendía tanto en la administración local como en el ámbito rural. Era dueño de uno de los rebaños de ganado lanar más importantes del municipio. Sus propiedades se distribuían entre la fértil Vega del Rituerto —ideal para cultivos— y la sierra, excelente para pastos. Aún hoy, muchos de los antiguos corrales que levantó la familia se conservan en forma de cocheras o naves agrícolas.

Hilario se casó con Engracia Muñoz Martínez, también natural del pueblo. Tuvieron tres hijos: Manuel (1874), Maximina (1876) y Margarita (1879). De ellos descienden las tres grandes ramas familiares que, a día de hoy, conforman una extensa red de parientes dispersos por España y el extranjero.


La rama de Manuel Hernández Muñoz

Manuel fue llamado a filas siendo aún menor de edad, en plena guerra colonial en Filipinas. Aunque su padre tenía la influencia suficiente para evitar su alistamiento, Manuel optó por cumplir con su deber. Aquella decisión marcaría para siempre el carácter de Manuel: disciplinado, íntegro y comprometido.

A su regreso, se casó con María Pilar García, natural de Suellacabras. Vivieron en la misma casa que, años más tarde, en 1953, adquiriría mi abuelo Vicente para que mis padres pudieran alojarse allí tras casarse. En esa misma casa nací yo.

Manuel y Pilar tuvieron dos hijos: David y Leoncio, quienes gracias al impulso de su padre pudieron alejarse del trabajo en el campo.

Leoncio, maestro interino, se casó con Manuela Gómez, de Navas del Pinar. Fue destinado a Mamolar (Burgos), pero su vida se truncó trágicamente en 1936: fue encarcelado sin juicio y fusilado cerca de Estépar. En 1939, fue inhabilitado póstumamente como maestro. Dejó huérfanos a sus dos hijos: David y Manuel.

David, por su parte, desarrolló una pasión por la fotografía, dejando un valioso archivo visual de la familia. A finales de los años 40, la familia se trasladó a Sevilla, donde abrieron una tienda de ultramarinos y un bar. Aquel negocio familiar no solo representó un sustento económico, sino también un punto de acogida para otros parientes, quienes, con su ayuda, aprendieron los oficios de dependiente y camarero. Su hijo lleva el nombre de su tío fusilado: Leoncio.

Desde el compromiso cívico hasta el emprendimiento y la memoria gráfica, la rama de Manuel representa un puente entre el campo soriano y las ciudades del sur, entre el deber y el legado.


La rama de Margarita Hernández Muñoz

Margarita, la menor de los tres hermanos, encarna la figura de la mujer fuerte y resiliente de su tiempo. Se casó con Andrés Jiménez García, también natural de Tajahuerce, aunque de raíces paternas en Carrascosa de la Sierra. Tuvieron nueve hijos: Simona, Pedro, Elena, Emilio, Mariano, Benito, Catalina, Casilda y Lucía.

El fallecimiento prematuro de Andrés dejó a Margarita viuda y embarazada, con ocho hijos a los que criar y una vida entera por reconstruir. A pesar de las adversidades, no solo sacó adelante a su numerosa familia, sino que mantuvo activa la explotación agrícola con admirable tesón.

La mayor, Simona, con apenas 18 años, se convirtió en el principal apoyo de su madre. Se casó con Vicente García, de Villar del Campo, con quien tuvo siete hijos. El matrimonio fue clave para la continuidad del legado familiar, asumiendo las labores agrícolas y ampliando el patrimonio mediante nuevas adquisiciones y arrendamientos. La continuidad pasó luego a su hijo Antonio, quien lideró la modernización agraria; esta responsabilidad recayó de forma inesperada y prematura en su hijo.

Pedro, al casarse con Rafaela Gil, se estableció en Castejón, donde nacieron sus tres hijos: Francisco, Vidal y Virgilio. Este último trabajó durante algunos años en Sevilla, acogido por sus tíos.

Mariano emigró a Madrid, donde formó su familia y nacieron sus hijos: Elisa, Benito y Mari.

Elena y Benito emigraron siendo casi niños a Buenos Aires. Desembarcados sin apoyo —abandonados a su suerte— lograron rehacerse con coraje. Benito formó una familia con tres hijos: Adelaida, Miguel Andrés y Néstor. Elena, aunque no se casó, sostuvo su independencia toda la vida y fue un ejemplo de fortaleza.

Otros hermanos también se dispersaron por distintas ciudades:

  • Catalina y Lucía se instalaron en Zaragoza. Catalina tuvo seis hijos. Lucía, casada con Arsenio García —también del pueblo—, tuvo dos hijos: Javier y Raúl.

  • Casilda casada con Adrián Ruiz, se establecerían con su hijo Ricardo, finalmente en Pamplona.

  • Emilio emigró a Torelló (Barcelona) a inicios de los años 60, junto a su esposa Basilia, buscando un futuro mejor para sus seis hijos, especialmente sus cinco hijas.

Esta rama, más extensa y dispersa, se distingue por su espíritu migrante y su notable capacidad de adaptación. Desde las tierras de Tajahuerce hasta las calles de Buenos Aires, Madrid, Zaragoza, Pamplona o Barcelona, los hijos de Margarita llevaron consigo el ejemplo de una madre incansable, valiente y profundamente generosa.


La rama de Maximina Hernández Muñoz

Maximina se casó con Francisco Corchón, con quien tuvo cuatro hijos: Vitoriano, Heraclio, Eloísa y Engracia.

Vitoriano, casado con María, tuvo una hija: María Teresa.

Heraclio, casado con Paulina Martínez Corchón, tuvo cuatro hijos: Indalecio, Heraclio, Concepción y María Isabel. Entre los hermanos, quien continuó con las labores agrícolas fue Heraclio hijo, mientras que Concepción se casó en Hinojosa. Indalecio también abandonó el pueblo, y María Isabel se dedicó a la enseñanza, ejerciendo como docente.

Eloísa, casada con Valeriano Martínez (hermano de Paulina), tuvo siete hijos. Algunos de ellos, como Delfín y otra hija llamada también Eloísa, continuaron con la labor agrícola. Los demás, aprovechando su formación, emigraron y se dedicaron principalmente a la docencia.

Engracia, casada con Hilario Celorrio, tuvo un hijo: Fernando Celorrio Corchón. Durante gran parte de su vida, Fernando compaginó las labores agrícolas con el trabajo como taxista en Zaragoza, actividad que desempeñó hasta su jubilación.

De esta rama, varios descendientes se asentaron en Zaragoza y otras ciudades, en busca de nuevas oportunidades. A pesar de la dispersión, la herencia agrícola de la familia se mantiene viva en al menos cuatro o cinco descendientes, quienes continúan vinculados al campo, preservando el legado de trabajo y dedicación que caracterizó a esta rama familiar.



Un legado que perdura

Hilario Hernández Martínez dejó una huella profunda no solo en Tajahuerce, sino también en la historia familiar de múltiples generaciones. Desde los sacrificios en tiempos de guerra hasta las migraciones a Sevilla, Madrid, Zaragoza, Buenos Aires o Barcelona, la historia de sus descendientes es un reflejo de resiliencia, esfuerzo y búsqueda de un futuro mejor.

Hoy, sus raíces siguen vivas en las casas, las tierras, las historias orales y las fotografías que conservan sus nietos, bisnietos y tataranietos. Un legado que merece ser contado… y, sobre todo, recordado.


Alfonso Calonge

(Uno de los tantos tataranietos de Hilario)


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